La memoria como resistencia (Fátima Vila – La Voz de Cádiz)

Si uno asiste al suceso, puede ver retorcerse las páginas como ramas doloridas, contemplar cómo las letras se esfuman bajo el rojo y el amarillo para no volver nunca más. Deja el papel quemado, como escribe Manuel Rivas, un olor a carne quemada, a memoria que no vuelve más. Ray Bradbury pensó un mundo en el que los libros estaban prohibidos, en el que los bomberos trabajaban aniquilando cultura como quien extermina la mala hierba. En su metáfora futurista, el escritor norteamericano imaginó a un grupo de rebeldes, empeñados en defender las palabras a costa de su propia memoria. Los personajes de aquella historia se enfrentaban a la quema aprendiéndose las obras para mantenerlas a salvo. En la Andalucía del…

Por en Para libreros

Si uno asiste al suceso, puede ver retorcerse las páginas como ramas doloridas, contemplar cómo las letras se esfuman bajo el rojo y el amarillo para no volver nunca más. Deja el papel quemado, como escribe Manuel Rivas, un olor a carne quemada, a memoria que no vuelve más. Ray Bradbury pensó un mundo en el que los libros estaban prohibidos, en el que los bomberos trabajaban aniquilando cultura como quien extermina la mala hierba. En su metáfora futurista, el escritor norteamericano imaginó a un grupo de rebeldes, empeñados en defender las palabras a costa de su propia memoria. Los personajes de aquella historia se enfrentaban a la quema aprendiéndose las obras para mantenerlas a salvo. En la Andalucía del siglo XXI, un grupo de rebeldes culturales se ha propuesto seguir el ejemplo de aquella visión catastrófica. Entre poética y romántica, su iniciativa tiene mucho de cruda realidad, aunque centenares del volúmenes se acumulen en las estanterías comerciales para la Navidad. Tiene de verdad la memoria de las guerras del pasado y del presente, las imágenes de la cercana Yugoslavia, del destino truncado de la Biblioteca de Bagdad.

Bajo el impulso del Plan Andaluz del Libro, el Proyecto Fahrenheit 451 o Las Personas Libro pretende reunir a un grupo de hombres y mujeres que sean verdaderas bibliotecas itinerantes. No es preciso que el libro se conozca entero, a veces, basta con un fragmento, el más decisivo, el que más nos ha marcado. Hoy, en su periplo, han elegido las calles de Cádiz.

Frente a esta empresa, que tiene mucho de intangible en la sociedad de lo material, está el actor y profesor Antonio Rodríguez, artífice de un sueño que ya ha reunido a una cohorte de narradores por toda España.

«En el teatro la gente habla en voz alta pero evita la palabra, los actores se quieren demasiado a sí mismos y a veces la dejan en un segundo plano», asegura al explicar cómo surgió la idea de crear una Escuela de Lectura, germen primero del proyecto actual. «Había estado en Bosnia, en la Biblioteca de Sarajevo y aquello me había marcado mucho, la gente mira a los ojos no como aquí. Aquello me empezó a interesar, así que empecé a trabajar en un proyecto, La mirada que respira, en el que se daban clases de lectura en voz alta. Se trabajaba la respiración y la mirada para crear un vínculo entre el lector y la persona que escucha», apunta.

Las personas-libro memorizan un fragmento de una obra a su elección y a partir de ahí trabajan con ella. «Se trata de un texto que les gusta o les inquieta, pueden ser varios incluso, porque los libros no son como las personas y no se enfadan si los compartimos con otros. Así, retomándolos de nuevo, aprendemos nuevas cosas de ellos, como cuando conocemos mejor a una persona», asegura.

«Al hacernos personas-libro nos decidimos a entregar la palabra, nos reponsabilizamos de ella. A veces la gente habla como quien pone una bandera, colonizando, sin darse cuenta de que la palabra es como un ratoncito a punto de escurrirse. Tratamos de entregar una palabra que no esté apretada ni vuelta de hoja sino que esté viva».

Así las cosas, los narradores «resucitan el libro» en un intercambio de regalos. «Tú le das la voz pero él, que es producto de una vida que se ha puesto a escribir, de devuelve una palabra bella, bien estructurada».

Para Rodríguez «todo el mundo tiene en el corazón cosas que contar». «Lo que ocurre es que a veces carecemos de las herramientas para hacerlo. Es como Cenicienta, que tenía todas los encantos para enamorar al príncipe pero no traje ni carroza para ir a la fiesta». «Hay personas que con muchísima sabiduría han sabido crear palabras e historias capaces de trasmitir fortaleza y hacerte creer en ti. Por eso cada uno de nosotros hemos elegido nuestros propios libros», añade.

Tras su paso por el Círculo de Bellas Artes de Madrid, la iniciativa fue llevada a la Biblioteca Europea de Roma desde donde la noticia de su existencia llegó a oídos de los responsables del Pacto Andaluz por el Libro. Desde entonces, la entidad dependiente de la Junta de Andalucía, ha organizado talleres para formar a personas-libro por toda la comunidad. Gente anónima de todo sexo, profesión y edad que ha trabajado a través de técnicas de lectura y memorización para convertirse en juglares de la literatura.

Tras estar ayer en Málaga, hoy tendrá lugar la puesta de largo de los narradores gaditanos, entre los cuáles se han seleccionados fragmentos de El Jinete Polaco, La Sonrisa Etrusca o La Sombra de el Viento. Si los encuentra, deténgase un instante para escucharlos, tal vez reconozca el libro, tal vez les sea absolutamente ajeno. Quizá -la vida tiene a veces paradojas inexplicables- pronuncien la frase que estaba necesitando, como una caricia que llega en el momento exacto. Porque las palabras están vivas y, custodiadas en la memoria, a salvo del fuego y de la necedad humana, siguen teniendo el poder de curar.