La escuela de hoy no es el caos

LA ESCUELA DE HOY NO ES EL CAOS.
Benigno Delmiro Coto. Profesor de literatura 
La
escuela ha sido y es uno de los territorios privilegiados de la memoria
literaria. El recuerdo de aquellos años del colegio tan lejanos, entre
maestros y maestras, entre colegas y camaradas, entre amores y
desamores, entre sonrisas y lágrimas, estimula en la edad adulta el
ejercicio de la memoria y de la imaginación y nos invita a volver a
mirar el tiempo pasado de la infancia y de la adolescencia en las
aulas. El fulgor de aquella maestra tan afectuosa, el miedo a aquel
profesor, el olor ácido del internado, el color grisáceo del húmedo
asfalto del patio del colegio, la algarabía sin tregua en la tregua del
recreo, el áspero tacto de las pizarras y…

Por en Para familias

LA ESCUELA DE HOY NO ES EL CAOS.

Benigno Delmiro Coto. Profesor de literatura 

La
escuela ha sido y es uno de los territorios privilegiados de la memoria
literaria. El recuerdo de aquellos años del colegio tan lejanos, entre
maestros y maestras, entre colegas y camaradas, entre amores y
desamores, entre sonrisas y lágrimas, estimula en la edad adulta el
ejercicio de la memoria y de la imaginación y nos invita a volver a
mirar el tiempo pasado de la infancia y de la adolescencia en las
aulas. El fulgor de aquella maestra tan afectuosa, el miedo a aquel
profesor, el olor ácido del internado, el color grisáceo del húmedo
asfalto del patio del colegio, la algarabía sin tregua en la tregua del
recreo, el áspero tacto de las pizarras y el agudo silbido de las
tizas, el sabor de los caramelos y del regaliz al salir de clase, la
angustia de los exámenes y el temor a los castigos nos sitúan en un
tiempo en el que se conjugaban, como en un verbo irregular, el placer
con el deber, la alegría con la tristeza, la ilusión con el desencanto
y el amor con el odio.

El libro ‘Érase una vez la escuela. Los ecos de la escuela en las voces de la literatura’, de
Carlos Lomas (editoral Graó), culmina con un capítulo, a modo de
epílogo, titulado ‘Cualquier tiempo pasado no fue mejor’, donde el
autor declara sus intenciones: mostrar que la escuela de hoy no es el
caos (presidido por la violencia, la agrafía y la huida del libro), que
algunos apocalípticos pintan, ni tampoco el limbo igualador de las
desigualdades sociales con el que tanto adornan sus discursos los
ministros del ramo.

Se pregunta si, en verdad, alguien bien
informado puede creerse las patrañas de algunos medios de comunicación
(siempre dispuestos a servir emociones recalentadas), cuando consideran
que en las escuelas de hoy (con todos los niños y las niñas dentro de
las aulas) se lee menos y peor que en las de antaño (cuando sólo
acudían quienes contaban con el apoyo familiar); y todo eso en una
época, como la actual, donde la industria edita a espuertas libros de
literatura juvenil y adulta, y funcionan cada vez mejor las bibliotecas
escolares. O esa otra falacia que divulga sin rubor que la violencia ha
aumentado en relación con otras épocas y olvida, adrede, que la
violencia forma parte del ámbito escolar en la misma proporción en que
se halla presente en la familia, en los medios de comunicación, en los
aprendizajes culturales y en los desajustes sociales.

Al
adentrarse en las páginas de este libro, pronto se cae en el recuerdo
de que en las aulas donde crecimos también hubo maltrato, violencia,
analfabetismo funcional endémico y otras imposiciones. Sucede que
éramos más jóvenes y portábamos un inmenso caudal de ilusiones que se
llevaba por delante tantas miserias y tantas sombras. Por eso, se
afirma abiertamente que el cometido de este libro no se inscribe en los
territorios de la indagación estética ni de la crítica literaria, sino
en la búsqueda de un ética en torno al valor de la educación que evite
los espejismos de la nostalgia y la benevolencia de la memoria que
tienden a edulcorar el tiempo pasado y a enarbolarlo como argumento
contra la educación de hoy.

Contiene esta obra multitud de
fragmentos literarios sobre la vida escolar, así como centenares de
imágenes de la escuela de antaño, de escritoras y escritores, de
manuales y enciclopedias escolares, de cuadernos y de lápices, de
pizarras, atlas y pupitres con las que evocaremos cómo se forjó nuestra
personalidad; ya que, a la postre, como decía Max Aub: «Uno es de donde
estudió el Bachillerato».

Fuente: elcomerciodigital.com 07.11.07